martes, mayo 09, 2006

No dejes de viajar siempre que puedas

Tengo un regalo delante de mí. Un presente que inunda el espacio que me envuelve. Es una sensación extraña que intento que perdure eternamente; sentir y notar que ese momento que se recrea no termina porque te das cuenta que alguien ha dedicado un instante (o dos) a pensar en eso que puede hacer que tus ojos se muestren asombrados; algo que puede ser verdaderamente importante para ti.

Esa misma conciencia hace que el sentido de compartir tenga su bandera firmemente afianzada. Pero la conciencia debe ser transparente, que no se corrompa con los sentidos; que conlleve dar una mirada verdadera a lo que percibes y sientes. Las miradas que se ofrecen y que giran continuamente no te dan lo que pides y condicionan tu percepción hasta hacerte parásito de sus designios.

Mira al frente y observa el entorno cambiante. Cientos de miradas frágiles observan levemente la tuya, casi un parpadeo separa el estar y no estar. Aquí y allí se sumerge mi destino en una vorágine que soy incapaz de abarcar. Todo es demasiado grande y complejo. Mi propia conciencia alienada ante tanto torbellino me implora volver a la quietud, a sentir sin los sentidos y a depender del yo para avanzar paso a paso.

Cierro los ojos, tranquilo, saboreando las sensaciones perdidas que palidecen en la distancia, en ese espacio lejano que cada vez se hace más patente. Y comienza mi camino una vez más; unas paredes oscuras me cierran los lados y me conminan a seguir. Avanzo despacio, sintiendo el ritmo que brota de todo el entorno y que hace que mi cuerpo se balancee. Parece que todo me dirige de manera inexorable hacia el centro, hacia la máquina que proporciona la propia vida a mi organismo.

Dejo atrás una puerta en donde mis manos y mis oídos han dejado pistas que me confunden, que intentan malograr mi propósito de avanzar por la senda correcta, que certeramente sé que es la correcta. Respira, respira. Mi camino prosigue y los matices se suceden. Las paredes se van difuminando, colores traslúcidos surgen de sus confines y me dejan atisbar el sol que se acerca prudente y despacio.

Mi ritmo se apresura. Mi rapidez es tal que mi paso se eleva hacia arriba, mis manos se abren como alas y mi fuerza se multiplica. Ahora tengo el control, estoy llegando a mi meta, al control mismo de cada parte de mí. Y es aquí en donde mi plenitud se hace eterna y lo abarca todo. Me siento y miro (quizá te preguntes con qué estoy mirando si aún tengo los ojos cerrados - irónica sonrisa subyace en mi rostro), tranquilo y reposado. Mi ropa se transforma, se convierte atenta a la nueva realidad.

Ya no necesito correr, porque estoy aquí y allí en todo momento. Ahora el avance no son mis pasos, ni es el paso del tiempo. El conocer mi entorno, palpar cada grieta de los árboles; sentir el agua fresca del lago y el caminar por la pradera son el fiel reflejo de lo que mi alma me pide que haga. Con gusto acepto sus sugerencias y fiel esclavo a mi propia existencia dejo que la placidez inunde mi espacio cercano... un poco más, no me dejes estar sin tu compañía.

Suena el timbre, el movimiento fluye de repente. El sonido retumba y el torbellino empieza a tener forma. Mi vuelta está próxima. Alzo mi mirada a la montaña y me despido con un guiño de mi mirada... y de repente vuelvo a ser consciente de mis pisadas y de mi existencia física... Salto hacia adelante, corriendo; la tormenta se acerca, voy hacia el agujero cada vez más deprisa. Succiono mi alrededor, todo viene conmigo y entra como un foco de luz en el vórtice de oscuridad.....

Abro los ojos... siguen las mismas miradas fugaces que llenan mi entorno. Tendré que conformarme sabiendo que mi viaje volverá y mi certeza se hará aún más cierta si cabe en mi próximo destino, en la propia aventura de conocerse a sí mismo. Un consejo nada más, no dejes de viajar siempre que puedas.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola amic

Escucha mi corazón un rumor que sabe a un silencio que lo dice todo. El corazón habla alto y claro, donde la vida que vive en nuestro interior nos sigue llamando, y no hay nada como volver a casa, donde siempre eres bienvenido.
Es el idioma de los árboles, de las entrañas de la tierra, de la profundidad de la mirada sin límites, pura y sin miedos de mi hijo.
Es el silencio en el que todo sigue ahí.
Es bueno saber que estás en casa, Eolrin. Un abrazo desde el Camino.

6:23 p. m.  

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