lunes, julio 31, 2006

Siempre hay una salida

Veo en sueños el peligro que se acerca. Acontecimientos próximos que atormentarán mi camino y teñirán de rojo el horizonte. No puedo hacer otra cosa más que caminar hacia mi destino, hacia mi misión. Un cruce que deparará un futuro que es incierto y que sabré a su debido instante. Pero lo que veo no calma mi conciencia. El miedo eterno correría hacia el otro lado, alejándose de la colisión y del conflicto. Incontables veces lo ha intentado ya.

Sorbo la última comida sólida que me queda antes de afrontar el ascenso. El hielo rodea el paisaje que mi visión llega a alcanzar. Quizás me aventuré demasiado lejos de lo conocido y estoy tentando a que mi propia locura tome el control; quizás he sido demasiado ambicioso en mis propios planes; quizás he llegado demasiado lejos... sí, de eso estoy seguro, estoy muy lejos de la comodidad que ahora deseo con anhelo.

Pero también es momento de tomar decisiones, de arriesgar lo asumido y plantar nuevos árboles en territorios yermos, en parajes que necesitan calor y colorido. Espero tener la fuerza y la voluntad suficiente como para salir victorioso de la contienda; con heridas y cicatrices que el tiempo curará pero con la cabeza tan alta que me permita ver más allá de la oscuridad que ahora rodea mi propio entorno, y que, a pesar de todo, yo mismo he creado.

No hay luz sin oscuridad; no hay brillo sin sombra. El destino me sigue poniendo a prueba, desconocedor de que el daño físico es el menor de los castigos. La tortura y las ideas que continuamente bullen y rebosan mi mente para llegar hacia mi objetivo hacen que mis pasos sean meramente mecánicos. Tengo que llegar y una vez allí poco importa mi deterioro; mi poder y mi vida hablarán por mí.

Entro dentro de la cueva; un rincón salpicado de una oscuridad brusca y siniestra que quiere mi propia perdición. Dejé atrás la tempestad para encontrar un calor nauseabundo. Me desprendo de las ropas que tanto camino han recorrido para llegar hasta aquí. Dejo que mi vista se acostumbre al nuevo recodo que he de afrontar. Cada vez estoy más cerca y el sonido de mi propio yo se me hace cada vez más patente.

Inicio el descenso, un pasadizo resbaladizo, lóbrego; inundado de seres legendarios, de pequeños y minúsculos roedores que pugnan por acaparar mi atención; deseando que me caiga y hacer de mí un miembro más de esa comunidad amparada por otra mente que no es la mía. Ya lo noto, mi palpitar nunca se confunde. Ahí delante tengo el objetivo de mi búsqueda, la añoranza de encontrar y de verme frente a frente con mi propia conciencia.

Una gran bóveda da sentido a mis palabras. Un reino de lóbrego recorrido, de pensamientos impuros y de negrura innata. Un palacio para una sombra que ha estado escondida demasiado tiempo y que ha hecho del tiempo y del espacio su morada. Un fantasma de carne y hueso que ha sabido esperar la tardanza de la acción y que se ha hecho fuerte en su terreno. Aquí estoy yo; presentándome en su guarida, desafiando a quien no tendría que estar aquí.

Aparece bruscamente ante mí, intentando que descordine mi propia coherencia... pero hace tiempo que estoy preparado y el aire puro que recorre mis pulmones aún no ha dejado de exhalar. Su propio aliento me produce nauseas, su propia razón de existir es para mí el peor de mis pecados, y sólo podré expiarme de mi culpa devolviendo la cordura a un entorno que veo y siento tremendamente inhóspito.

Me ataca... y eso es lo que yo estaba esperando con tanto anhelo. La sombra se abalanza precisa y certera hacia mi corazón. Quiere acabar pronto y aún no sabe que esa va a ser su propia perdición. Nunca será capaz de contener la verdad de lo que pienso y la manera en que su presente tendrá que cambiar. Abro mis brazos y espero su ataque mortal.

Siento el dolor; no físico. El mal comienza a inundarme... y sólo así el daño comenzará a repararse. Este es el castigo que tengo que soportar. Ven a mí, siente mi abrazo y lo que te ofrezco y ríndete al presente que ahora no tienes. Esta es mi vida y tu no tendrás un recodo mientras yo sea capaz de encontrarte.

Mi propio yo maligno se da cuenta de la verdad. Ahora tiene que elegir, unirse a mí o dejar su existencia. Yo no puedo elegir por él, pero si que puedo mostrarle el camino que yo ya he recorrido. Alzo mi mano ante su propia estocada. Ven, acércate y comparte lo que una vez fuiste y que ahora te vuelve a reclamar.

Me da la mano. Ha comprendido lo que ha hecho y lo equivocado de su acción. Ahora está conmigo, fortaleciendo la alianza que ahora nos une. Destruye aquello que me hería, deja de lado su egoísmo y se ofrece a mí tal cual es. Es mejor así... mi cuerpo se derrumba y mis manos se apoyan sobre el suelo.

Lanzo al aire un grito desgarrado, saco fuerzas de flaqueza y comienzo a hacer brotar la pureza que envuelve mi presencia. Mi otro yo se funde conmigo, canalizando la fuerza que le ofrezco y que limpiará la oscuridad de esta oscura caverna. Todo es cuestión de tiempo, todos salimos vencedores.

Dos días después rememoro aquel encuentro y pienso lo difícil que es mantenerse coherente con lo que uno piensa. El conformismo es a veces un enemigo que se esconde placenteramente. Uno siempre debe estar alerta y no dejar que oscuras rendijas del yo den pie a comportamientos no-coherentes con lo que uno verdaderamente es.

La sencillez y el dejarse llevar son la respuesta más sencilla pero el camino correcto es otro para todo aquel que quiera aportar y construir un presente para sí mismo y para todos los que le rodean. La diferencia es la respuesta y "el estar siempre ahí" una cualidad innata de todos nosotros; aquellos que verdaderamente pensamos que siempre hay una salida y que el nosotros siempre está por encima del yo.