martes, septiembre 19, 2006

Nunca podremos ganar

Palidecer de la emoción,
encontrar un recodo en la barbarie,
dignificarse ante el mundo,
sufrir en silencio cada uno de los roces,
sentir que el tiempo es mío.

Ahora soy yo,
pupilo de la conciencia inocente,
maestro en rescatar el tiempo de los rincones,
mártir de los sufrimientos ajenos.

Mi paladar saborea el humo,
todo ante mí está ennegrecido,
y mi alma lucha por salir,
para suplicar un espacio
que la libere de las ataduras
mortales y morales que la aferran fuertemente.

Mi mano se esconde,
tímida ante tan pocas verdades,
tan pocos palpitares conocidos.
¿Quién soy yo para conocer?
Mi mundo y yo, yo y mi mundo,
eternos rivales de la misma cara de la moneda.

Hoy mis pasos no me llevan,
están quietos e inertes,
sus heridas van por dentro,
donde ninguna pomada puede llegar,
para aliviar el dolor y la pena que reflejan.

La vida y la muerte,
la muerte de la vida,
una dualidad difícil de llevar,
y que paralelamente rige nuestro más allá.

Mortalidad temporal,
destino final, cierre certero del camino.

Una puerta que todos debemos cruzar,
un cruce de caminos que a todos se muestra,
oscuro en todos los sueños,
lóbrego en cada una de las pesadillas,
y nunca, nunca deseado.

Estás vivo y eres capaz de sentir,
de vivir y palidecer en cada instante.
Estás aquí, ahí y allí,
y tu presencia siempre está patente,
en ti y en los demás.

No lo dejes pasar,
no dejes pasar de lado cada instante.
Ven y acércate, frota tu mente con el mundo,
sal del calabozo de tu introspección.

Vida a cambio de tiempo,
esta es la jugada,
que nunca, nunca podremos ganar.