lunes, mayo 29, 2006

El gesto más valioso

La espera se me hace placentera. Mis músculos comienzan a sentir mi propia palpitación al notar que el tiempo me pertenece. Cada poro de mi piel espera con inquietud ansiosa que el momento se produzca.

Mi mente está tranquila, con la clara conciencia de saber enfocar cada uno de mis argumentos. Una argamasa digna de formar sólidos pensamientos. Mi interlocutor espera una respuesta que todavía no tengo, pero sé que aún puede esperar, que el momento aún no ha llegado.

Los lazos que me unen al mundo son cada vez más difusos pero siento que a cada paso avanzo un poquito más hacia ese instante que hará que mi vida cambie, que mi existir se adapte a las realidades cada vez más cercanas y certeras.

La luz que alumbra las tinieblas de mi mente; los miedos que tengo al sentir que no controlo las razones de otros; el abrumador lazo que sale tenebroso de la tierra y me atrapa entre sus garras; la melancolía de recordar los momentos que quieren sumergir a mi conciencia y que no esperan ser llamados para rememorar tiempos mejores; la dicha que siempre me acompaña y me alienta aún incluso en el peor de los infortunios.

El mundo está muy oscuro, se ciernen tiempos de lluvia y aguacero; pero no me asustan ni creo que a nadie deban hacer temblar. Mi silueta se refleja en el suelo y me observa, delicadamente, tiernamente, como un padre a un hijo que crece y que tiende a elevar su propio deseo de independencia.

Frases se mezclan en mi atareada pizarra, todas ellas producto de múltiples alocadas experiencias. Lanzo una piedra a través del cielo y contemplo su rápido caer y la estela de polvo que genera. Polvo que se levanta abrumado por mi osadía, por haber sido capaz de despertar el letargo de lo inmutable, de todo aquello que el tiempo ha hecho perenne.

Dejo que mis brazos temporalmente colapsados y malheridos descansen de nuevo. La pared que se cierne sobre mí ha dejado de hacerlo. Ahora sólo es un muro que debo traspasar y dejar de lado. Una parte de mis anhelantes recuerdos se quedará con él, y una espina efímera en forma de puñal acabará prendida en mí.

Miles de ruedas hacen girar el engranaje de mi tiempo, un tiempo que es mío y que día a día se me concede. Ya voy a dejar de darlo de forma gratuita (si es que puedo) para hacer de él un pozo al que siempre irá a beber. Agua fresca que me empaña el cuerpo y baña mi espíritu y deja tras de sí una estela de vida renovada.

La vida se da y no se pide; la vida es como un saco que llenas y vacías constantemente. El mundo se ofrece y no te ahoga. El compartir se hace uno cuando la duda desaparece. Hoy estoy aquí, dando lo que soy, vaciando mi saco; y quizás este gesto sea lo más sincero y valioso que nunca podré hacer.