martes, junio 06, 2006

Contaminar la cercanía

La carrera comienza. Cruzo el siguiente recodo y el tiempo empieza a contar. Mis pies raudos dejan atrás múltiples obstáculos, la distancia se hace cada vez más corta y el horizonte es una meta que casi se alcanza por momentos. Y no estoy solo. Veo una fila clara y densa que se perfila a mis lados de miles y miles de semejantes. Una marea consciente capaz de frenar la más brutal de las acometidas... pero la cuestión clave es que ahora nosotros somos esa acometida.

Ya queda poco para llegar. Este ataque no lo esperan, ni siquiera serán capaces de sentirlo hasta que ya sea demasiado tarde. Unos tambores comienzan a sonar en la distancia, preludio y anticipo del final inminente que muchos tendremos que sufrir. La vida es sacrificio y constancia y hoy el destino va a estar de nuestra parte, lo noto en el aire.

La fuerza que se forma detrás de mí comienza a tomar consistencia. Comienzo a escuchar los cantos y rezos de combate que anticipan la más cruel de las invocaciones. El entrechocar del acero con las armaduras crea una diabólica danza, un baile al que todos estamos invitados, del que todos somos partícipes.

Mientras las primeras columnas de humo comienzan a alzarse en la distancia y el ruido de los tambores se hace cada vez más patente, comienzo a sentir la cercanía del peligro, un daño inminente que no debería existir. Nosotros somos los que controlamos, nosotros somos los que decidimos... pero ¿y si esa decisión no es la apropiada?. El miedo comienza a corroer mi espíritu, y ese es el peor de los males que pueden atorar mi mente.

Noto que esa inquietud se manifiesta en la cercanía de los que me rodean. Su mente se ha llenado de las mismas palabras que horadan en mi interior. ¿Y si es un truco que busca impedir nuestro objetivo? ¿Y si es cierto y estamos equivocados? Mi mente y mi corazón deben buscar ya la respuesta.

Animo al resto de la avanzadilla a continuar, a seguir con el plan prefijado, alentando a sus corazones a destruir todas las barreras que se puedan interponer ante nosotros. Ellos me creen y harán todo lo que está en su mano para responder a la llamada del ojo por ojo. Yo ahora necesito liberarme, comprobar que todo esto tiene sentido, que la equivocación no es una de las variables a ponderar.

Alzo mis brazos, cierro mis ojos y me dejo llevar por la inercia de mi carrera. Centro mi ser, lo ubico dentro, accedo a esa ventana, a ese resquicio que mi propia voluntad ofrece ante situaciones desesperadas. El torrente comienza a fluir. Una burbuja comienza a rodearme, cada vez más extensa, cada vez más orientada a focalizar el centro de decisión y discusión.

El sonido desaparece lentamente, el mundo que me rodea ya no existe, ha mutado, ha cambiado, ofreciéndome su verdadero corazón; aquel que nunca defrauda al que sabe ver con la mirada certera del yo. Y por fin lo veo claro. Todo es una ilusión creada por nuestra propia percepción. No hay desdicha, ni hay sacrificio al que ofrecerse. Es nuestra subjetividad la que nos lleva a la perdición y el objetivo deja de estar en el horizonte para ocupar un lugar mucho más cercano, el objetivo está en el propio yo, ese yo que ha sido capaz de crear un mundo ficticio, un mundo rojo, palpitante, de continuo fluir de negras nubes. Un mundo oscuro y macilento, dañino y perenne a nuestra conciencia.

Tengo que parar esta masacre. No puede ser todo tan fácil y a la vez tan complicado... y la única opción que tengo es profundizar aún más allá y ofrecer un nuevo presente a lo que me rodea. Apoyo mis pies en el suelo, noto el palpitar que me recorre todo el cuerpo, accedo a él, siento su calidez y su fuerza y me ofrezco a su embriagador perfume.

La fuerza sale de mí. Una explosión de mil y un colores emerge repentinamente y comienza a inundar todo lo que me rodea. El entorno se transforma, cómplice de mi llamada. El tambor se convierte en trino, el humo en agua y el rojo en el propio color de la vida. Todo vuelve a su cauce, al río que la propia conciencia debía haber intuido desde el primer momento, al flujo que proporciona la sabiduría de saber que todo tu ser forma parte del entorno que te rodea, que todo tú eres lo que te rodea.

Ya podemos descansar. La vida a veces tiene obstáculos difíciles de superar y está en cada uno el saber distinguir en que momento se presenta uno. En el caso que aquí se expone, una pregunta se hace obvia: ¿Cómo lo conseguí? ¿Cómo logré vencer al mal que estaba escondido en mi propia conciencia, en mi propia subjetividad de individuo?

Es fácil, le dí al ente que me perforaba sin yo saberlo un aire tan puro que no fue capaz de respirar. Ahí está la clave de todo. La propia frescura del propio ser hizo arrastrar la tierra emponzoñada ladera abajo hasta desaparecer (aunque ya sé que volverá cuando se recupere).

El mal necesita contaminar la cercanía pero ¿y si la cercanía es demasiado grande como para contaminarla? El colapso se produce sí o sí. Cuanto más cultives tu yo y cuanto más sincero contigo mismo seas, más tendrás que dar al mal que te rodea, y por ende antes dejará de existir. Por ello no debemos dejarnos en el empeño de la complaciencia, debemos avanzar día a día el camino que nos toca vivir y sentir que el interior cada vez es más cercano.

El sacrificio es grande, el empeño es enorme pero el sentir que la calidez del momento es verdaderamente palpable elimina cualquier atisbo de duda. Ahora es momento de reposar una más de las victorias. La reflexión llegará en breve a mi mente, pero mientras tanto dejaré que la compañía fortifique y cierre aún más las heridas.