martes, septiembre 26, 2006

Por accidente

Tantos pensamientos que confunden mi realidad saltan como delfines hasta mi mente. Martillos que no me dejan rasgar la cortina de lo cotidiano y vienen a mí con ansia de buscar y encontrar más y más. Verdades que no puedo saber si lo son; más por la desesperanza y el empeño de continuar que por no dejarse ver al descubierto.

Todos somos parte de la certeza que me rodea y que no soy capaz de coger. Se me escapa con ligereza cada vez que intento y atisbo un interludio de cordura. Placeres que la vida me niega y que el tiempo ocupado del resto de momentos no me deja plantear; hasta que la escasez de disponibilidad pone mi rendición sobre la mesa.

Palabras, murmullos, voces en la lejanía. Hace tiempo que no hay silencio que ocupe mi lugar; hace una eternidad que no soy capaz de sentarme y pensar hacia donde voy, qué es lo que quiero o qué me está pasando. Quizá sea mejor así; pero algo me dice que no controlo mi destino y eso al final me llega a preocupar, a afectar.

La quietud viene a mí, sencilla y cálida como el sol allá en el horizonte. Una tranquilidad que me lleva a la paz de espíritu; y que ahora la mayoría de las veces se ve interrumpida por el griterío ensordecedor de la gente en la ciudad.

¿Dónde voy? ¿Adónde me llevan mis pasos? Uno tiene que ser uno y saber qué debe y no debe buscar. Uno en el mundo, con la mirada perdida en el interior. Buscando tesoros y simas profundas sin descubrir. Allá voy, a juntarme en la oscuridad de mi ser conmigo mismo.

Calidez, un momento tras otro; una profunda caricia que yo mismo me propicio. Una sonrisa y un instante de calma tensa, de profunda y tranquila inquietud hacia mi propia seguridad de saber que voy a encontrarme, que allí me estoy esperando y que el viaje me dará el sosiego que en el presente exterior no puedo encontrar.

Todo se ralentiza, adquiere una tonalidad ocre de sueños perdidos, de consistencia esencial desperdigada; de tantos y tantos momentos en los que era necesaria mi visita. Ya estoy aquí y todo vuelve a casar. Las piezas del puzzle comienzan a moverse, a organizarse según el compás de mis brazos alzados.

Gritos en la oscuridad, temeridades que no quieren salir, que no quieren ser descubiertas. Presentaros ante mí, ofrecer aquello que esconde vuestro semblante y dejad de ser la angustia que poco a poco tiende a corroer mi espíritu. Quietud, tranquilidad, espacio sosegado. Este es el mejor rincón y sólo yo puedo conseguirlo.

Aquí estoy, pleno en cada recodo de mi mundo. Sintiendo cada lágrima que recorre mi rostro, observando todo con ojos grandes y asombrados, con esa mirada de niño que nunca he llegado a perder. Reconociendo todo lo que está frente a mí, porque soy yo en estado puro, es la dureza de reconocer el palpitar que continua allá donde se vincula el alma y la carne.

Por accidente, hace muchos años, caí en este lugar; un lugar rodeado de brillo, de naturaleza que rebosa de colores, de vida y de cantos. Todo está aquí y una vez que lo vi ya nunca quise salir, porque este era y es mi mundo y es aquello que me distingue entre tantos y que con gusto comparto.

Venid a mi mesa, los manjares son pequeños pero sabrosos y sólo reposan en la candidez del descanso del ruido externo. Ven, salpica el entorno con tus propios trazos; vuela al son del viento y surca cada rincón del extenso horizonte. Sueña y disfruta porque la vida no tiene otro sentido.

Y cuando por fin te sientes, cansado del lento caminar, contempla despacio que el entorno eres tu, que tu estás ahí dibujado, ante la mirada de todos los que estamos allí. Ahí estás, frágil y alegre por compartir la imagen que aportas al mundo.

Todos lloramos, sintiendo que cada instante es mágico. ¿Cuándo empezó todo? Hace ya mucho tiempo; y ahora sólo es palpable la intensidad del saber que este es el sitio más bonito en el que uno puede desear estar.

Ser uno en sintonía, en consonancia consigo mismo y con los demás. Ya puedo estar tranquilo. Sigo aquí y mi espíritu me ha respondido. Mi verdad vuelve a acunarme. Miro de nuevo a mí alrededor y una risa de autoconciencia y compresión llega a mis sentidos... y vuelvo a recordar.

Un día aquí caí yo... por accidente.

martes, septiembre 19, 2006

Nunca podremos ganar

Palidecer de la emoción,
encontrar un recodo en la barbarie,
dignificarse ante el mundo,
sufrir en silencio cada uno de los roces,
sentir que el tiempo es mío.

Ahora soy yo,
pupilo de la conciencia inocente,
maestro en rescatar el tiempo de los rincones,
mártir de los sufrimientos ajenos.

Mi paladar saborea el humo,
todo ante mí está ennegrecido,
y mi alma lucha por salir,
para suplicar un espacio
que la libere de las ataduras
mortales y morales que la aferran fuertemente.

Mi mano se esconde,
tímida ante tan pocas verdades,
tan pocos palpitares conocidos.
¿Quién soy yo para conocer?
Mi mundo y yo, yo y mi mundo,
eternos rivales de la misma cara de la moneda.

Hoy mis pasos no me llevan,
están quietos e inertes,
sus heridas van por dentro,
donde ninguna pomada puede llegar,
para aliviar el dolor y la pena que reflejan.

La vida y la muerte,
la muerte de la vida,
una dualidad difícil de llevar,
y que paralelamente rige nuestro más allá.

Mortalidad temporal,
destino final, cierre certero del camino.

Una puerta que todos debemos cruzar,
un cruce de caminos que a todos se muestra,
oscuro en todos los sueños,
lóbrego en cada una de las pesadillas,
y nunca, nunca deseado.

Estás vivo y eres capaz de sentir,
de vivir y palidecer en cada instante.
Estás aquí, ahí y allí,
y tu presencia siempre está patente,
en ti y en los demás.

No lo dejes pasar,
no dejes pasar de lado cada instante.
Ven y acércate, frota tu mente con el mundo,
sal del calabozo de tu introspección.

Vida a cambio de tiempo,
esta es la jugada,
que nunca, nunca podremos ganar.

martes, septiembre 12, 2006

El mejor de los caminos posibles

Cenizas disueltas en una nube plateada. El aire recoge el plácido cantar, el suave roce de la presencia en las alturas. Y por mucha libertad que encuentra, la distancia se le hace escasa, el tiempo pasa demasiado despacio a su lado. Quiere viajar más rápido, sentir con esfuerzo que los instantes no se diluyen en vano. Su vida terrenal ha acabado y la eternidad se le asemeja como el más lejano de los mundos.

No puedo encontrar el túnel que me conduce a la salida. No puedo ver más allá del par de palmos que mi conciencia y mi visión recrean. Miro mis palmas llenas de ensombrecidos surcos, destacando su sencillez y sobre todo esa dureza y rigidez de forma y contorno con que a veces la vida suele premiarte.

La historia continúa y mi lento devenir no es más que una partícula indefinida en el torrente desbocado. Una corriente incapaz de ser moderada, que suele arbitrarse según aquellos que quieren dictar las normas, la propia conciencia del ser escasamente inteligente, que pretende gobernar y dirigir su propia evolución natural.

Y cada vez vamos a peor. El alubión de regalos definitivamente improductivos y dinamizadores de la propia libertad de creación y de expresión hace que mi conciencia quiera evadirse cada vez con mayor rapidez. Y casi todos estamos en esta dinámica, la misma que hace que cada mirada alrededor suponga el concienciarse de la lenta agonía de todos nosotros.

El premio de seguir siendo es quizá este en sí mismo; el continuar expresando aquello que nadie hace, el ser sincero con todos, sin tapujos. Uno está aquí y espera a que el resto abra aquellos ojos que nunca tiene abiertos. Descubrir las puertas lejanas que nos separan de cinismo, del no saber aprovechar la existencia en sí mismo, de engañarnos insanamente ante unos pensamientos que parecen irreales.

Nos han colmado de maldades y ahora uno parece estar acostumbrado. Nada más lejos de la realidad. Sé uno de esos pocos que solicitan un cambio, un mundo en el que prime el individuo en su conjunto, la sensibilidad compartida sin barreras. Todos somos así y mi expresión de lo que soy es, sin lugar a dudas, lo mejor que puedo ofrecer al mundo y a mí mismo.

Las palmas hacia arriba, que todos descubran lo que esconde tu corazón. La plenitud está aquí, buscando cada recodo de tu ser para gritar allá donde la dejan. El ser introspectivo, interno necesita aflorar; necesita darse y salir al mundo como una flor en primavera. Nadie puede ser nada en sí mismo si la razón de ser se queda dentro. Y sólo un instante en el que la vida te sonríe contracorriente te hará falta para saber si la decisión tomada es la correcta.

Tómalo o déjalo, pero nunca te hagas indiferente a lo que cualquiera de los que te rodean es capaz de transmitir. Una verdad siempre es una verdad y un abrazo a tiempo suele calmar muchas de las espesuras que suelen rodear tu presente. Sé fiel con la mano del amigo, sé delicado con las palabras de los demás, sé comprensivo cuando el disgusto llegue a tu paladar. Deberás dar lo mejor de ti mismo cuando tu propio cambio aflore en los demás, cuando el torbellino luche con todas sus fuerzas para llevarte.

Quizás los locos son los que se alimentan de estas mismas palabras, quizá los necios son los que aún tienen esperanzas de cambiar aquello que creen que no es lo correcto, quizá la lucha ya no tenga sentido y mucho esté ya perdido.

Pero mientras una mirada reconozca mi aliento, mientras pueda recibir un cálido o afectuoso abrazo, mientras sea capaz de volar en mi mundo surcando las estrellas que sólo yo puedo ver; mientras todo eso ocurra, no cejaré en mi empeño por dar todo lo que soy para encontrar a personas tan íntimamente ligadas a conocerse que oculten el resto de oscuridad.

La luz está en tu presente,
el brillo está en tu mirada,
el cambio está en tu interior,
sólo tu puedes ser el maestro de tu propio yo,
y si yo fuera tú, elegiría siempre el mejor de los caminos posibles.

lunes, septiembre 11, 2006

El eclipse de la luna

Pálida la luna se acerca,
asombrada por su compromiso,
por saber que se acaba su momento,
su lóbrega sensación de estar sola en el mundo.

Una luz surca el horizonte y viene corriendo,
hacia un presente cercado e incierto,
un ahora forzado y forjado en la esperanza,
que presume del calor que conmueve y sonroja.

Ven y acércate a la palma que se abre al viento,
a la sombra que esconde mis desdichas,
lánzame ese abrazo que tienes escondido,
tan dentro que ni siquiera tú puedes verlo.

Tu mirada se adentra en el escondite,
esperando una mejor oportunidad para darse,
para ofrecerse en la sinceridad que ahoga,
y que cubre el inmenso mar de tu yo.

Lanzar una flor y dejarla suavemente entre las manos,
de belleza frágil y segura, con brillo propio,
atemporal para quién mira con el corazón,
por saber que cada brizna del presente
se vuelve fugaz ante mí, ante ti.

Pálida la luna brilla,
esperando cada día una señal,
que culmine en un nuevo eclipse,
que separe por fin su eterna soledad.

viernes, septiembre 01, 2006

Una promesa en el viento

La palidez de un semblante.
El precio de un pecado.
La dulce sonrisa de una colina,
y el débil canto del silencio.

Condensar los presentes en una mano,
mostrar tímidamente la mirada
más allá del horizonte de luz
y ver cómo el sueño viene a mí.

Pensar en la clara y espesa mañana,
de un abril que hace tiempo se olvidó,
y que ahora vuelve con fuerza
para recordarme hacia donde voy.

Necesito un espeso manto,
que dé calor a mis huesos húmedos,
que caliente mi oscura conciencia,
que sepa darme cobijo en esta noche incierta.

Una delgada línea me separa de mí mismo,
un instante sólido que soy capaz de saborear,
que siente y sufre por mí,
por no cumplir con lo pactado.

Una promesa y una rosa en el viento,
una conjetura encubierta con el olor del rocío,
una nube se acerca
y me atrapa dulcemente entre sus brazos.